Si bien es cierto que la aproximación del monoteísmo cristiano a las doctrinas estoicas se inició en los primeros siglos de nuestra era, quien selló definitivamente la síntesis de cristianismo y helenismo fue San Agustín, sobre todo para Occidente. El componente cristiano lo tomó él preferentemente de San Pablo, y el componente helénico dominante en él no fue ya el estoicismo sino el neoplatonismo de Plotino... Esfuerzo para seguir a los platónicos lo más lejos que permitía la fe católica.
El cristianismo se propagaba de manera relativamente fácil como un modo de vida inspirado en la pasión y muerte de Jesús (perpetrada por las autoridades políticas y religiosas).. Los primitivos cristianos, siguiendo a Jesús, ofrecían una interpretación decididamente moral y no social-política de los diez mandamientos de Moisés.
Habéis oído que se dijo: No adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha adulterado con ella en su corazón
La ley de los judíos, de suyo externa, se convertía así en código moral interior que debía empapar todas las relaciones humanas. Esta característica distanciaba ya aquella espiritualidad de la Ética clásica, primordialmente exterior y política. Y por si esto fuera poco, la fe en Jesús borraba la divisoria entre amigos y enemigos, entre judíos y gentiles, y abrazaba de esta manera a todos los humanos en un mismo amor fraternal... Con una moral tan decididamente espiritual, el cristianismo se propagó por todo el territorio del Imperio romano e incluso más allá de él (Etiopía desde luego, la India quizá).
El neoplatonismo cristianizado de Agustín, el verdadero bien, fuente de la felicidad completa, lo ofrece Dios gratuitamente y de manera sobrenatural a todos los humanos, pero sólo llega a poseerlo realmente el que abraza la fe. Pero Agustín añadía que los cristianos no poseen este bien separadamente, cada uno de por sí, sin conexión con los otros, sino que lo tienen todos ellos juntos, uniéndolos. Los hombres que aman a Dios están unidos a él por su común amor a Dios derramado por el Espíritu Santo. Y dado que un pueblo o una sociedad, es el conjunto de hombres unidos en la prosecución y amor de un mismo bien, se sigue de ahí que existen dos ciudades. Por un lado, los humanos que se unen en pueblos temporales a fin de conseguir los bienes necesarios para la vida terrenal forman una especie de gran ciudad esparcida por todo el mundo. Su bien más alto, puesto que implica todos los demás, es la paz. Paz que se define como tranquilidad que nace del orden justo. Pero además, cualesquiera que sean sus ciudades temporales y los trazos que asignemos a su agrupación universal, todos los cristianos de todos los países, y sólo ellos, hablen la lengua que sea y vivan en cualquier tiempo, se hallan unidos por su común amor al mismo Dios. De donde resulta que forman un gran pueblo cuyos ciudadanos se reclutan en todas las ciudades terrenas, y cuyo territorio místico, más allá de todas las barreras del espacio y del tiempo, puede llamarse la ciudad de Dios. Existen pues dos ciudades: una espiritual y otra temporal, que coexisten entreveradas y que tienen fines distintos. A partir de ahí, el problema será más tarde la articulación de las dos, especialmente entre las autoridades de ambas. De todas maneras, la patria principal del cristiano quedaba desplazada al cielo.
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